Wednesday, October 31, 2007

La falacia del dólar competitivo

La falacia del dólar competitivo

Por: Agustín A. Monteverde
Ámbito Financiero

La primera -desde este domingo primerísima- dama ya ha adelantado que «un dólar suficientemente alto» seguirá integrando la pócima económica. Supuestamente, el dólar alto -o lo que es lo mismo, el peso débil- es la clave para asegurarnos la competitividad exportadora de la mano del crecimiento de las ventas industriales.

Sin embargo, la experiencia de los más de cuatro años de gestión de su cónyuge no es alentadora: las cantidades exportadas crecen a un ritmo tres veces inferior al que lo hacen las importaciones. Y pese al incesante crecimiento de la enorme brecha cambiaria con Brasil -que, por seguir una política inversa a la argentina debería haber sido invadido por nuestros productos- ya se acumularon 52 meses consecutivos (es decir, todo el mandato kirchnerista) de déficit comercial bilateral. En los primeros nueve meses de 2007, por ejemplo, el saldo comercial viene cayendo más de 20% respecto del registrado en el mismo período del año pasado. Y ello pese a los precios sin precedentes alcanzados por la soja y el petróleo.

La nunca reconocida crisis energética llevó a desempolvar tramposas trabas paraarancelarias a las compras a países del grupo 4; de lo contrario, se habría verificado un muy inoportuno déficit justo días antes de los comicios. En setiembre, que no es un mes particularmente complicado para el abastecimiento energético, las exportaciones de combustibles cayeron 33% interanual mientras que las importaciones saltaron 38% interanual.

Entre 2001 y 2006, las ventas totales de la Argentina aumentaron 75%. Pero las de Uruguay crecieron 92% en ese mismo período y las de Perú saltaron 238%. Chile, que en 2001 exportaba menos, ahora vende 26% más. Y Brasil, que ya duplicaba a la Argentina, ahora la triplica.

En la retórica neodesarrollista, dólar alto es sinónimo de producción; sin embargo, son precisamente las limitaciones a la expansión de la oferta -la saturación de la capacidad instalada- por la falta de inversiones y la crisis energética las que han impulsado las importaciones. La «razonable» y «nada preocupante» inflación local hace, a su vez, más competitivos los precios de los productos extranjeros.

El dólar alto puede endulzar los bolsillos del sector industrial, pero no ha alterado su competitividad. Las manufacturas de origen industrial siguen representando menos de un tercio de las exportaciones totales. En setiembre, el crecimiento de las ventas fue impulsado por los productos primarios, que treparon 80%, y por las manufacturas agropecuarias, con 31%; los productos industriales crecieron apenas 5%. Es que, no obstante la abundante e insistente propaganda, en realidad la actividad industrial ha venido comportándose como lastre y no como motor, creciendo entre 2 y 3 puntos por debajo de la economía en su conjunto. En el segundo trimestre, por caso, la industria creció entre un tercio y la mitad de lo que lo hicieron los (nada « productivistas») servicios financieros, la (oligárquica) actividad agropecuaria y el (subsidiado) sector del transporte. Por el lado de las importaciones, sobresalen, además del complejo energético, aparatos de telefonía celular, insumos y bienes de capital para el agro -sector que lidera la inversión productiva pese al sesgo industrialista del modelo-.

El dólar alto nada tiene que ver con la competitividad. Detrás de la excusa exportadora, del antifaz industrialista, se oculta el propósito recaudador: una caja desahogada con la cual domeñar a gobernadores e intendentes y subyugar a corporaciones y votantes. Si el tipo de cambio alto fuera la condición para ser competitivo, ¿qué posibilidades tendrían países como Alemania, Suiza o Gran Bretaña? Sin embargo, mientras éstas son potencias comerciales de primer orden, nuestra participación en el comercio mundial sigue cayendo. ¿O será -como proponen desde algunas usinas- que necesitamos un tipo de cambio muy competitivo? Si ello fuera así, la solución sería ¡la devaluación permanente! (O podríamos preguntarnos por qué se quedaron en chiquitas y no devaluaron, por ejemplo, 20 a 1. Si devaluar da competitividad, nos convertiríamos así en primeros exportadores mundiales. Con seguridad ya lo habríamos sido cuando disfrutábamos la hiperinflación de Alfonsín.)

Para lo que sí ha servido el dólar alto -el peso débil- es para facilitar la adquisición de las principales empresas locales por parte de sus competidoras foráneas, llevando el valor de sus activos a precios de ganga. PECOM, Loma Negra, Alpargatas, Quickfood y otras son tan sólo la punta de lanza de un proceso que recién se inicia.

Curioso nacionalismo el de los gobiernos que hunden la propia moneda, verdadero símbolo de soberanía.

Está claro que ser competitivo tiene que ver con ser productivo, con calidad sumada a eficiencia. Y poco con una simple cuestión nominal y transitoria como el tipo de cambio: para los devaluacionistas sería imposible ser competitivo en un mundo de trueque. Ellos siempre necesitan de la competitividad aportada por los asalariados mal pagos, cobrar en moneda dura y pagar en pesos débiles. Pero, agotado ya el stock de capital que se generó en los odiosos noventa y quedó ocioso con la depresión de 2001, toda devaluación sería ahora trasladada instantáneamente a los precios.

Cabe de toda formas aclarar que nuestra escasa penetración en el comercio global no responde exclusivamente a la falacia del tipo de cambio. Aberrantes derechos de exportación, indecisa política comercial y ausencia de acuerdos comerciales en los últimos años cercenaron las posibilidades de ansiada inserción.

El proteccionismo que tanto denostamos de la Unión Europea no ha impedido que constituya nuestro segundo socio comercial en cuanto a destino de las exportaciones, en especial manufacturas. El Mercosur, en tanto, ha menguado en su papel de comprador y es hoy la única contraparte con la que tenemos déficit en nuestros intercambios; de hecho, si no comerciáramos con este bloque, el saldo de nuestra balanza comercial saltaría 30%. Pese a las ventajas comerciales que nos provee nuestra condición de socios de un mercado común, hemos quedado rezagados por detrás de EE.UU. y de China como proveedores de Brasil.

Mención aparte merece Chile. Pese al destrato del gobierno kirchnerista y la forzada caída de las exportaciones gasíferas, el excedente comercial con nuestro vecino es el mayor que tenemos con cualquier bloque o país y significa un tercio del total.

El sector externo, además, es severamente dependiente de los inusitados términos de intercambio (precios relativos de lo que vendemos versus lo que compramos) y exhibe numerosas vulnerabilidades. Aunque el precio de los productos agropecuarios se mantenga a salvo del deterioro del contexto internacional, si las compras siguen creciendo más rápido que las exportaciones y la crisis energética colapsara el superávit que aportan los combustibles (36% del total), el saldo comercial del año próximo podría reducirse a menos de la mitad. Si es cierto que pretende imprimirle a su gestión una visión más abierta al mundo que la de su marido, es conveniente que algún economista políticamente correcto le advierta a la señora Kirchner que nuestra política comercial sigue el rumbo equivocado.

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