Pinta bien, huele mal
Por: Agustín A. Monteverde
Ámbito Financiero
Durante el último lustro, la Argentina disfrutó una mejora sin precedentes en sus términos de intercambio. Eso significa que con cada tonelada exportada se pudo importar mucho más que antaño, por el exclusivo motivo de que los consumidores del mundo pasaron a valorar más ciertos productos que otros. Nada tuvo que ver el tipo de cambio -la relación entre monedas- pues lo que varió fue la relación de intercambio entre productos. Sin esa formidable mejora de los precios relativos de nuestro comercio, el superávit externo de 2007 se habría reducido a poco más de la cuarta parte, y por cada u$s 10 que compramos apenas habríamos vendido por u$s 11.
Pero los excepcionalmente altos valores de nuestros productos exportables, los no menos extraordinarios -por lo comparativamente bajos precios de nuestras compras, y el celebrado tipo de cambio «competitivo» no pudieron impedir en 2007 que el superávit comercial cayera casi 10%.
El año que pasó demostró nuevamente que tener un tipo de cambio alto poco tiene que ver con el impulso exportador. El volumen de bienes que se vendió al resto del mundo creció 8%, por debajo del crecimiento que experimentaron países con monedas que se apreciaron frente al dólar y apenas un tercio de lo que lo que treparon nuestras importaciones.
Si se consideran los cinco años de gobierno kirchnerista, las cantidades importadas se cuadruplicaron, creciendo seis veces más rápido que las exportadas. Durante ese mismo lapso, y pese a la creciente brecha cambiaria, se vio trepar el déficit bilateral con Brasil.
La estrategia devaluacionista consiste en vender en moneda dura productos elaborados en moneda débil. La idea es simple: cobrar el precio internacional en dólares o euros y pagar el costo de los factores locales en pesos. Desde esta óptica, la ineficiencia estructural de algunos ramos industriales puede ser más que compensada por la ventaja cambiaria. ¿Quién paga la fiesta? La gente común, la misma que debe soportar con pesos desvalorizados la inflación provocada por el sostenimiento del dólar.
# Centro de gravedad
Ahora bien, en este marco las ventas de productos industriales ocupan el centro de gravedad del esfuerzo oficial y son las receptoras por excelencia de la ventaja cambiaria. No así las exportaciones tradicionales -productos agropecuarios y combustibles- castigadas con exorbitantes derechos de exportación.
Sin embargo, la economía argentina sigue creciendo obstinadamente en aquellas exportaciones que la distinguieron. Las ventas de productos primarios lideraron en 2007 el crecimiento exportador, con 45% (correspondiendo 23% al alza de los precios internacionales), seguidos por las manufacturas agropecuarias, con 26%. Es así que se destacan las ventas del complejo sojero, de maíz, de trigo, de aceites, de cobre y de carnes.
Bastante más atrás se ubicó el aumento de las exportaciones de productos industriales, en el que un tercio correspondió al sector automotor, gracias al acuerdo del intercambio compensado con Brasil.
Caso aparte es el de los combustibles y energía, que se caen dramáticamente a la vez que las importaciones se disparan al son de la « inexistente» crisis energética. En volumen, estas exportaciones se desplomaron 20% mientras que fue el rubro que más creció de compras al exterior, con 64% (en diciembre, saltaron 131% interanual), casi en oposición.
Con la óptica de este modelo desarrollista, las importaciones deberían estar centradas en los bienes de capital para impulsar la producción. Sin embargo, los productos que más se importan son automotores, teléfonos celulares, y combustibles y energía eléctrica. Los únicos activos orientados a la producción que se destacan son los insumos y bienes de capital para el agro, sector que como se ve sigue liderando el esfuerzo inversor pese al escaso favor oficial que recibe.
Razones para el pobre desempeño comercial no faltan. Las exportaciones han sido desalentadas u obstruidas por las políticas de control de precios y la estrategia kirchnerista de concentrar el esfuerzo recaudador en megaimpuestos sobre quienes ya pagan, eludiendo así una reformulación integral del sistema tributario.
El continuo estímulo de la demanda interna, las limitaciones a la expansión de la oferta -la saturación de la capacidad instalada de varios sectores por falta de inversiones- y la crisis energética impulsan a su vez las importaciones (además de presionar sobre los precios internos). La inflación local, por su parte, abarata los productos extranjeros.
# Desaliento
Competitividad poco tiene que ver con ventaja cambiaria. Ningún subsidio -en este caso costeado por consumidores y trabajadores- puede contrarrestar la falta de calidad y la producción ineficiente. Por el contrario, las investigaciones de Porter han mostrado que tanto los aranceles como los subsidios cambiarios desalientan la búsqueda de eficiencia y los esfuerzos por satisfacer al consumidor.
La desvalorización de la moneda nunca puede ser beneficiosa, de la misma manera que nadie moralmente íntegro elevaría un vicio a la condición de virtud. Así como enfermar no conduce a estar sano, desvalorizar la moneda nacional -sostener artificialmente alto el dólar- no puede aumentar la riqueza sino empobrecer aun más.
Si en la moneda desvalorizada residiera el secreto para exportar, ninguna esperanza tendrían países como Suiza o Alemania. Sin embargo, el mundo sigue comprando chocolates suizos y autos alemanes. Las crecientes brechas de riqueza -y participación en el comercio mundial- que nos sacaron Canadá y Australia desde los años '30 se cimentaron en el fortalecimiento de sus propias monedas, y no en devaluaciones orientadas a que los sectores realmente competitivos subsidiasen a ciertos grupos de interés.
Mientras campee en el país esta mentalidad vasalla, que lleva a tolerar como natural que el gobernante de turno disponga a su antojo el valor de la moneda y se interponga en los negocios privados, no se podrá emular a aquellos países. Tampoco pueden ser auspiciosas las perspectivas del comercio exterior mientras se mantenga el insuficiente nivel de inversión, el creciente desequilibrio entre la oferta y la demanda internas, el impacto inflacionario sobre los costos de producción, los controles de precios y el incesante aumento de la presión tributaria para sostener la maraña de subsidios destinados a contener los precios, sobrellevar la situación energética y asegurar el sometimiento de los actores políticos.
Wednesday, February 13, 2008
Pinta bien, huele mal
Posted by Louis Cyphre at 9:55 AM
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