Tuesday, January 08, 2008

¿Otro movimiento nacional y popular?

¿Otro movimiento nacional y popular?

Por: Luis García Martínez (*)
Ámbito Financiero

Kirchner, en la cena de despedida que ofreció a los diputados oficialistas que cesaban su mandato, afirmó que iba a ser «un militante para recorrer el país y tener el instrumento que nos permita construir un movimiento nacional y popular». Debemos a Scalabrini Ortiz y a Jauretche, principalmente, haber articulado una interpretación de la historia nacional, según la cual el país estaba en condiciones de avanzar en la industrialización, en las décadas finales del siglo XIX.

Impidió el logro de este objetivo, la imposición por parte de Inglaterra, de un modelo de división internacional del trabajo (modelo agroexportador), que asignó al país el rol de productor de alimentos y materias de zona templada. ¿Por qué la clase dirigente de ese entonces aceptó este rol « secundario»? ¿Por qué esta dirigencia está conformada por los grandes terratenientes de la pampa húmeda (la « oligarquía vacuna»), directos beneficiarios del citado modelo.

Perón dio cauce popular a la mencionada interpretación histórica, dividiendo el mundo político en dos campos bien diferenciados: por un lado, el movimiento «nacional y popular», y por el otro, las minorías, ligadas a intereses foráneos, que representaban lo «antinacional y antipopular» (en lo esencial, seguían siendo los terratenientes, y su entidad representativa, la Sociedad Rural Argentina).

Esta concepción maniquea de la historia nacional, sigue hoy conservando un atractivo político, como lo confirma el citado proyecto de Kirchner.

Pero dos décadas antes, Alfonsín ambicionaba igual objetivo, en un famoso discurso que pronunció en Parque Norte, y que luego la inflación hizo trizas.

El modelo productivo de la generación del 80, fue el de la economía abierta, integrada al mundo. El modelo de Perón, fue la autarquía, la sustitución de importaciones, con la menor vinculación posible al mundo. El primer modelo se conoce como «desarrollo hacia fuera», y el segundo como «desarrollo hacia dentro». El primero obtiene su dinamismo, su fuerza de expansión, en el crecimiento de la demanda externa; el segundo, confía en el aumento de la demanda interna, pero no sustentado en el incremento de la productividad, sino vía políticas monetarias expansivas, las que siempre terminaron en crisis de la balanza de pagos. Ambos modelos generan su propia estructura de mercado interno, pero la experiencia internacional pone de relieve que el volumen del consumo e inversión, el PBI, crece a tasas más elevadas en las economías abiertas, que en aquellas más cerradas.

# Antigualla

Hoy, volvemos a dar vida a una vieja antigualla: la de un pacto social, centrado seguramente en un «acuerdo» de precios y salarios, que esperemos no reedite el de Gelbard, en 1973, denominado de « inflación cero», que terminó en el famoso «rodrigazo», que dinamitó el gobierno de Isabel y de López Rega, al llevar la inflación de dos dígitos a cuatro dígitos anuales. No puede haber mayor ataque al empleo, al salario y al crecimiento, que una inflación de esta magnitud.

¿Discutirá el futuro pacto social un nuevo camino de crecimiento, haciendo énfasis en el estímulo a la productividad, a la mejora en la eficiencia del gasto público, a la transparencia de las estadísticas oficiales,o se seguirá insistiendo en el dólar alto, junto con un intento trasnochado de revivir la planificación estatal de la economía (¿no aprendimos de la implosión del comunismo?) como panaceas para disimular el hecho central que una buena parte de los recursos humanos y de capital, están hoy asignados a actividades de baja (o nula) productividad, financiadas por aquellas otras actividades que sí aportan un ingreso genuino (en el caso de los granos, un dólar a 2 pesos para las ventas, y a 3,50 pesos para los insumos, como bien lo acaba de decir el empresario agropecuario, Gustavo Grobocopatel).

¿Por qué no hay apoyo político para ir saliendo de la sustitución de importaciones? Una respuesta podría encontrarse en la referida interpretación maniquea de nuestra historia, la que da origen a reiterados intentos de formar nuevos movimientos de carácter «nacional y popular», que es seguir la misma orientación que, con algunos altibajos, venimos llevando a cabo desde hace seis décadas. Si nos hiciéramos la pregunta clave, acerca de si la opción que tenía el país, hacia fines del siglo XIX, era la de ser un país agroexportador o un país industrial, o si la elección era entre tener una economía agroexportadora (cuyo dinamismo se diseminaba en toda la sociedad) o una economía de subsistencia. Creemos que la verdad es esta última.

Si aceptamos esto, se derrumba el mito (encubridor de nuestras debilidades), de que nuestras frustraciones obedecen a una conjura de intereses foráneos, en complicidad con minorías «antinacionales y antipopulares». La teoría de la dependencia (de la que fueron adelantados los mencionado líderes de FORJA), tuvo la influencia que tuvo en los movimientos de «liberación» de la decada del 70, porque ofreció a estos una explicación simple del subdesarrollo de América latina, y de su solución: bastaba aniquilar el modelo agroexportador, para que el desarrollo adviniera rápidamente. El tiempo mostró que las cosas no eran tan fáciles (Fernando Henrique Cardoso es un testimonio invalorable al respecto, ya que luego de ser uno de los más destacados intelectuales de la referida teoría, antes de convertirse en presidente de Brasil, advirtió la simpleza de aquella explicación del subdesarrollo). El núcleo ideológico que hoy impera en los círculos oficiales, está nutrido en la citada teoría.

Si al país le resulta difícil comprender que las prohibiciones para exportar, las fuertes retenciones, y otras medidas discriminatorias contra las exportaciones, atentan seriamente contra su futuro, es porque sigue aferrado a la creencia en el «desarrollo hacia dentro». Desde hace décadas, venimos pregonando en los foros internacionales contra el proteccionismo agrícola de los países desarrollados, al que acusamos de ser la fuente de nuestras dificultades; sin embargo, cuando se nos presenta la oportunidad de exportar, en nombre de la defensa del mercado interno, establecemos todas aquellas restricciones, lo que quita toda credibilidad a nuestros reclamos.

El estigma del modelo «agroexportador» sigue pesando sobre nosotros; ésta es la verdadera discusión que debemos encarar, y no refugiarnos en mitos anacrónicos, que no son otra cosa que escapismos.


(*) Miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas

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