¿Todos somos empleados del gobierno?
Por: Alberto Benegas Lynch (h)
Ámbito Financiero
La última alocución del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, en nombre del gobierno pone en evidencia un serio problema conceptual que nos retrotrae a situaciones que se ensayaron en forma reiterada en nuestro país y en otros lares con resultados muy negativos, especialmente para la gente más necesitada.
Todas sus disquisiciones parecen partir de la premisa que los actuales gobernantes son los dueños de una estancia llamada Argentina. Así, se pronuncian sobre lo que deben ser el tratamiento de los distintos productos del agro, las exportaciones, la calidad de la tierra, los márgenes operativos, las formas de arrendamiento, el tipo de cambio y la asignación de factores productivos que de ello se deriva.
Esta es precisamente la tesis que prevalecía tras el «Muro de la Vergüenza» en Berlín y la razón del fracaso del sistema colectivista. Esto es así debido a que los precios constituyen señales clave para operar en el mercado al recoger información que por su naturaleza está dispersa y que es el resultado de conocimientos que quienes están en el «spot» y no pueden dirigirse desde el vértice del poder. Esta imposibilidad se debe a que la información no está disponible antes de que las transacciones se lleven a cabo. Por ello es que las góndolas están relucientes de productos en donde operan mercados libres y están vacías en los lugares en los que los megalómanos del momento pretenden dirigir la economía desde los despachos oficiales.
En la medida en que el aparato estatal se entromete en los millones de arreglos contractuales que se llevan a cabo voluntaria y libremente, se invalida la evaluación de proyectos y la propia contabilidad ya que los precios se convierten en señales falseadas.
Lamentablemente este grave malentendido no es sólo del gobierno sino que en muchos casos procede de quienes, en este caso, están supuestos de defender los intereses del campo.
En estos momentos resulta crucial recordar el consejo que surge de una pregunta que se formulaba Juan Bautista Alberdi y que respondía de este modo: «¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra». Y tengamos muy en cuenta que el factor decisivo del aumento de salarios e ingresos en términos reales es la tasa de capitalización y ésta se obstaculiza en la medida en que los procesos de mercado se pretenden sustituir con decretos gubernamentales. Esta es la diferencia entre Uganda y Canadá. La aplicación de la filosofía inherente a la Constitución de 1853/60 hizo que en nuestro país los salarios de los obreros de la incipiente industria y de los obreros rurales fueran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, España e Italia, que la población se duplicara cada diez años y que nos disputáramos los primeros puestos con Estados Unidos en numerosos rubros, tal como lo explican historiadores de la economía como Colin Clark quien declaró que tuvo dos sorpresas mayúsculas a mediados del siglo xx: el resurgimiento de Japón y la caída vertiginosa de la Argentina.
El autor es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias.
Friday, May 30, 2008
¿Todos somos empleados del gobierno?
Posted by Louis Cyphre at 5:24 AM
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