Wednesday, April 02, 2008

La crisis del modelo está tocando la puerta

La crisis del modelo está tocando la puerta

Por Agustín Monteverde
www.notiar.com.ar

Verdadera profesión de fe entre la clase política argentina, desde punteros a encumbrados dirigentes gustan repetir que “la política está por encima de la economía”. Rigurosamente cierto, gobernantes y burócratas de toda laya pueden torcer temporariamente los mecanismos de precios a favor de lo que dictan sus caprichos. Sin embargo —es bien sabido— que más tarde o más temprano llega la hora de las inexorables consecuencias.

Pues bien, luego de cinco años en que el esplendente crecimiento económico ahogara repetidas advertencias sobre los focos de infección que bajo superficie se iban gestando y su inevitable agravamiento, las campanadas anuncian que aquella hora ha llegado.

Pese a los manoseos que sufren las estadísticas públicas y el notable empeño que pone el aparato oficial y paraoficial de comunicación en distraer a la sociedad, hay ya una generalizada percepción de deterioro de la economía local.

Es importante notar que ese proceso es irreversible pues la arquitectura misma del modelo kirchnerista implica desequilibrios endógenos que aseguran su fracaso.

Pasaron los años, el deterioro se fue agravando y la crisis del modelo toca a la puerta.

Cuando un organismo padece un desequilibrio, si la homeostasis no se recupera el desequilibrio acaba inevitablemente con aquél. Como sería el caso de no ingerir o no asimilar alimentos.

La economía K padece severos desequilibrios que le son intrínsecos. Corregir cualquiera de ellos requiere cambiar la esencia del modelo, sus piedras basales. Lo que para el oficialismo es políticamente inaceptable.

Dos elementos constituyen los pilares del modelo económico kirchnerista.

Uno es el sostenimiento artificial de un tipo de cambio alto, orientado—supuestamente— a asegurar competitividad exportadora, especialmente a la industria. Un “productivismo” basado en pagar salarios y otros costos en pesos débiles y vender en moneda dura. Siguiendo este falaz credo devaluacionista sería imposible ser competitivo en un mundo de trueque.

El segundo pilar es el superávit fiscal. Ajeno a toda pretensión de disciplina en el gasto, está enderezado a asegurarle al matrimonio gobernante una caja desahogada con la cual retener la onerosa fidelidad de la cohorte de empresarios, sindicalistas, piqueteros, gobernadores, intendentes y ONG´s oficialistas.

He aquí la médula misma del poder kirchnerista. Y, también, el verdadero propósito del dólar alto: pisar parte sustantiva de la renta de las exportaciones —las mismas que se declamó alentar— para alimentar el poder central con recursos no coparticipables.

Abstractos postulados de marketing electoral —como la necesidad de emperifollarse de progre— y otros mucho más concretos —ligados a la praxis inapelable de las efectividades conducentes— convierten al tipo de cambio alto y al superávit fiscal en componentes irrenunciables de la economía K.

Y son esas mismas piedras basales las que generan desequilibrios irreversibles y fatales. El origen del derrumbe se encuentra en el corazón mismo del modelo.

En primer lugar, se trata de un modelo inflacionario por su misma naturaleza.

El sostenimiento artificial del dólar se basa en una constante expansión monetaria (ahora a un vertiginoso 36,4 % interanual) que se refleja en una inflación en franca y continua aceleración. Cuando nos resta medir sólo la última semana de marzo, se estima que el primer trimestre cerrará con una inflación con alguna décima por encima del 8 %, lo que proyectaría para todo el 2008, y de no mediar cambios, más de 35 %.

Hasta hace pocos meses, la inflación —si bien en permanente alza— no tuvo relevancia política porque era aventajada por las mejoras salariales. Pero alcanzados los actuales escalones, ahora sí implica un notable daño al poder adquisitivo de la gente.

Por otra parte, el modelo es intrínsecamente fiscalista. Cuestiones de orden económico —como los controles de precios y las tarifas congeladas— y otras estrictamente políticas —como el sometimiento desde medios de comunicación a gobernadores e intendentes al poder central— llevan a un imparable aumento del gasto público vía subsidios —que ya representan un tercio del gasto total del estado— y, consiguientemente, de la presión tributaria. Es decir, la suba permanente tanto del gasto como de la carga impositiva es una condición esencial del modelo.

En el caso particular del campo, los repetidos zarpazos han derivado en una virtual estatización de la renta del sector.

Un tercer desequilibrio inherente al modelo es su sesgo pro-demanda y antioferta.

Los precios regulados estimulan el consumo a la vez que desalientan la producción y la inversión, acentuando la escasez. Reglas de juego imprevisibles, y costos y riesgos en ascenso llevan a cubrir los faltantes con importaciones antes que con expansiones de la capacidad de producción: las compras al exterior crecen tres veces más rápido que nuestras exportaciones pese a la supuesta competitividad provista por el dólar alto. Por cierto que el dólar alto no alcanza a los bienes agropecuarias y sus manufacturas, que perciben dólares diferenciales inferiores al denostado uno a uno —$ 0,96 en el caso de la soja— y, sin embargo, crecen cuatro veces más que el resto de las exportaciones, amparados por reales y bien ganadas ventajas de productividad.

Todos estos desequilibrios junto a la arbitrariedad en los cambios de las normas actúan como formidables expulsores de la inversión productiva. El sector que más invierte y reinvierte en la economía ve confiscada su renta. Desde el comienzo de la gestión K hasta fin de 2007 se fugaron capitales por U$ 23400 MM, según lo informa el Balance de Pagos; sólo durante el último semestre se fueron más de U$ 9000 MM. A esto agréguese que las remesas e intereses pagados a las casas matrices el año pasado casi duplicaron la inversión extranjera directa. Chile, Colombia, Perú atraen más capitales productivos que nosotros pese al menor tamaño de sus economías.

En estas circunstancias, el estancamiento paulatino de la economía está a la vuelta de la esquina, de la mano de la debilidad de la inversión, los inconvenientes energéticos, la estatización virtual de la producción agropecuaria, la presión tributaria salvaje, la erosión de la capacidad adquisitiva de los salarios, los controles de precios, los costos laborales en aumento y el deterioro del tipo de cambio real a merced de la inflación.

Aparecen ya diversas señales de enfriamiento en las ventas minoristas, en el consumo de electricidad y hasta en las compraventas de inmuebles.

En resumidas cuentas, inflación alta y que se acelera, gasto estatal y carga tributaria también en ascenso, y producción e inversión en progresivo estancamiento son las consecuencias naturales e inevitables del sistema kirchnerista.

Y que lo condenan al agotamiento. Salvo un renovado aunque improbable viento de cola de los precios internacionales. O que se intente imponer su supervivencia a sangre y fuego.

Fuente: Ambitoweb.com

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