Monday, September 04, 2006

Israel, un predicamento desolador

Por Carlos Escudé para LA GACETA - Buenos Aires.


Cuando Irán adquiera armas nucleares, la configuración de intereses de Occidente en Oriente Medio habrá cambiado para siempre.

Desde 1947, cuando por medio de su Resolución 181 las Naciones Unidas dispusieron la partición del Mandato Británico de Palestina en un Estado árabe y otro judío, los árabes negaron el derecho de Israel a su existencia. Fue por eso que no se creó un Estado palestino: los árabes rechazaron la resolución, en la certeza de que podrían aniquilar a la naciente Israel. Aunque mucho ha acontecido desde entonces, sus tres contrincantes en el conflicto actual, Hamas, Hezbollah e Irán, proclaman a voz en cuello la intención de destruirla.
De esto se infiere una ecuación inapelable, que resume lo que ocurre en Medio Oriente y permite dirimir responsabilidades en la tragedia. Si los enemigos de Israel depusieran sus armas para siempre, se acabaría la guerra. Si Israel se desarmara, sería arrojada al mar.
El predicamento israelí está agravado por una desventaja geográfica y demográfica insuperable. En una guerra prolongada sería la perdedora segura porque hay un límite estricto a las bajas que puede sustentar. Y dentro de su territorio su ejército no tiene a dónde retroceder. Cualquier batalla perdida puede cortarla en dos. Por eso, a diferencia de sus vecinos, su supervivencia está permanentemente amenazada. Hasta ahora ha podido sobrevivir gracias a una superioridad cultural que se ha traducido en tecnológica y militar. Pero en cuanto pierda esas ventajas desaparecerá.
La retirada de la Franja de Gaza fue un desacierto. Debido a las características de la cultura árabe, fue percibida como un signo de debilidad. Probablemente sin ella Hamas no hubiera ganado las elecciones palestinas. Para colmo, esta organización no se enmendó al constituirse en gobierno. Sigue siendo una milicia terrorista afiliada al extremismo islamista más peligroso. La captura de un soldado israelí como rehén fue cabalmente casus bellis. Para soltarlo exigieron la liberación de mil presos políticos. Un secuestro extorsivo realizado por una organización gubernamental es mucho más grave que uno cometido por una agrupación terrorista común. Una vez perpetrado no había más remedio que atacar a los palestinos, porque a partir de entonces toda negociación de paz sería una parodia.
Cuando, a instancias de Irán, Hezbollah repitió la operación en el norte, secuestrando y extorsionando, completó una operación de pinzas tácticamente brillante. Esta también es una organización terrorista cuasiestatal, todo un Estado dentro del Estado, con parlamentarios y ministros propios en el gobierno libanés. De este modo el casus bellis se potenció. A Israel no le quedó otra opción que contraatacar también a Hezbollah, un enemigo mucho más temible que Hamas, que comparte con este el hecho de estar financiado e inspirado por Irán.
Es por eso que la Resolución 1.701 del Consejo de Seguridad responsabiliza a Hezbollah por el inicio de las hostilidades y exige la liberación incondicional de los rehenes. Sin este gesto no puede haber paz porque esta guerra fue sordamente declarada por Hezbollah con la toma de esos prisioneros.
Este es un hecho que raramente se subraya en nuestro medio. Por cierto, el considerando 2 de la Resolución 1.701 dice textualmente: “Expresando su máxima preocupación por la continua escalada de las hostilidades en el Líbano y en Israel desde el ataque a Israel de Hezbollah el 12 de julio de 2006 (...)”. Y el considerando 3 dice: “Subrayando la necesidad de terminar la violencia, pero a la vez enfatizando la necesidad de corregir urgentemente las causas que produjeron la crisis actual, incluyendo la liberación incondicional de los soldados israelíes”.
En otras palabras, el Consejo de Seguridad de la ONU le ha dado la razón a Israel en forma unánime. Y es porque la culpa es de la guerrilla chiíta ya que, a pesar de haberse invadido su territorio, el Líbano no se considera en guerra con Israel. Su gobierno sabe que no ha cumplido con un mandato anterior de la ONU: desarmar a la milicia, tal como exige la Resolución 1.559 de 2004. Y al aceptar la Resolución 1.701 carga otra vez con la responsabilidad de acometer esa tarea, establecida en la disposición 3.
Por otra parte, más allá de la justicia de su causa, la paz es más importante para Israel que para sus enemigos. Dado su raquitismo demográfico y territorial, la guerra siempre es peligrosísima para el Estado judío. Más allá de alguna incursión breve, este no debe penetrar profunda y masivamente en el norte del Líbano so pena de arriesgar su supervivencia al momento de perder cualquier batalla que corte sus líneas logísticas. Es por eso que era importante que la victoria fuera rápida y contundente. Pero no lo fue. La ausencia de resultados militares decisivos representó una gran victoria política para el Hezbollah. La vieja premisa de que las fuerzas israelíes son invencibles para los árabes está hecha añicos. El cese de fuego en situación de empate entrega a estos el triunfo político-militar más importante de toda la historia del conflicto árabe-israelí, poniendo a Israel en una posición defensiva muy difícil.
La pérdida de credibilidad militar tiene proyecciones políticas. Hay actores regionales importantes como Arabia Saudita, Egipto y Jordania, cuya actitud se ha venido modificando desde el comienzo de las operaciones hasta ahora. En un principio criticaban a Hezbollah y sus padrinos iraníes por emprender una aventura irresponsable destinada al desastre. Más aún: de manera inconfesa preferían la derrota de la milicia chiíta, porque su éxito significa el avance de la hegemonía persa sobre un territorio árabe. Pero ahora, con el éxito del Hezbollah y el crecimiento de su prestigio, se sienten obligados a apoyar a esta eficiente máquina paramilitar capaz de resistir al invicto ejército de Israel. Es decir que el tablero político, que siempre le fue desfavorable, se fue inclinando contra Israel de manera cada vez más marcada. En Europa encontramos una tendencia análoga.
Para comprender por qué hay que recordar que en el fondo esta guerra es con Irán. La capacidad bélica de Hezbollah ha sido cuidadosamente engendrada por los ayatollahs esperando una ocasión como esta. Y en este punto la impotencia israelí es desoladora. Con el precio actual del petróleo no hay en la práctica límite financiero a los recursos militares que pueden fluir de Teherán a Baalbeck. Con el cese del fuego Hezbollah puede ser rearmado rápidamente, incluso con cohetes y misiles de mucho mayor alcance. Este es un gran éxito expansionista de Irán, el gran ganador. Por primera vez, el régimen persa se proyecta imperialmente sobre un país árabe. Hasta hace poco Siria compartiría con Irán el ascendiente sobre el Hezbollah y era el mandamás en el Líbano, con tropas y todo. Ahora, por causas complejas, su estrella se ha apagado.
Porque Irán se perfila como la nueva potencia regional del Oriente Medio, Europa le hace la corte. El 31 de julio, el ministro de Relaciones exteriores de Francia, Philippe Douste-Blazy, describió la teocracia de los ayatollahs como un país importante y respetable que representa una fuerza de estabilidad en la región, agregando que para resolver la crisis se requiere su participación. Otros países europeos comparten este punto de vista.
Si Irán llegase a sentarse a la mesa de negociaciones, la carta que jugaría a cambio de abandonar a su satélite Hezbollah sería que se le reconociera el derecho a producir armas nucleares. Y esto a su vez tiene proyecciones tenebrosas por varios motivos. Si un régimen como el persa adquiere armamento atómico, sus extorsiones podrán pasar al terreno nuclear. No olvidemos que hoy amenaza al mundo con el ejército de 40.000 soldados suicidas que dice tener infiltrados en Europa y en los Estados Unidos.
Pero desde el punto de vista de Israel eso no es lo más grave. Por ahora este es el único con armas atómicas en la región y su defensa de última ratio es nuclear. Mientras mantenga ese monopolio podrá sobrevivir a la guerra convencional más adversa, ya que frente a la amenaza de ser avasallado por fuerzas convencionales, podrá contestar con armas de destrucción masiva. Pero en cuanto se produzca una paridad estratégica en este campo, Israel probablemente esté perdido.
Por cierto, cuando Irán adquiera armas nucleares, la configuración de intereses de Occidente en Oriente Medio habrá cambiado para siempre.
Mientras Israel sea la única potencia atómica de la región, seguirá siendo apoyada por Estados Unidos. Pero cuando Irán se convierta en potencia nuclear, la posibilidad de que una guerra atómica entre este e Israel devenga en guerra mundial apocalíptica cambiará las percepciones occidentales. Muchos en Estados Unidos optarán por una retirada táctica y estarán dispuestos a sacrificar al mismísimo Estado de Israel. Es por eso que para aumentar sus posibilidades de supervivencia, este debe evitar que la posibilidad de un Irán nuclear termine de plasmarse. ¿Pero cómo hacerlo?
Esa es la pregunta del millón. Mientras el problema no se resuelva, la situación de Israel y de todo Occidente será cada vez más grave.

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