Thursday, March 27, 2008

Socialismo, como modelo K, es caro

Socialismo, como modelo K, es caro

Por: Enrique Szewach

Ámbito Financiero

«Es que el socialismo es muy caro», dijo hace un par de años el gerente de uno de los pocos exitosos kibutz israelíes que quedan, para explicar la decadencia de ese experimento de administración colectiva. Podría decirse, en el mismo sentido, que el modelo K también está resultando muy caro.

La característica principal de las economías de mercado exitosas de los últimos años es que han logrado un cierto acuerdo y equilibrio, primero en torno a qué son bienes públicos y cuáles no. Segundo, a la cantidad y calidad de éstos. Y, finalmente, y no menos importante, a la forma adecuada de financiamiento de estos bienes entre los impuestos -incluyendo el inflacionario-, el endeudamiento y el sistema de precios. El modelo K de crecimiento, por el contrario, lejos de basarse en este consensuado equilibrio, encontró el «elixir» de la vida eterna en un sistema en donde parte de los bienes públicos que se financiaban con precio, pasaron a financiarse, parcialmente, con impuestos -electricidad, gas, agua, transporte, combustibles, ciertos alimentos, etc.- para tener «precios argentinos», como dijo la Presidente ayer en su discurso. Y con una política de sostenimiento del tipo de cambio nominal, vía impuesto inflacionario y endeudamiento de corto plazo del Banco Central, que permitiera, a su vez, recuperar a la castigada industria local sustitutiva de importaciones, alentar el empleo privado y maximizar el ingreso en pesos de los exportadores y del fisco, «socio» a través de los impuestos a la exportación.

# Desaliento

La primera etapa de este esquema resultó exitosa, dados el punto de partida y el contexto internacional. Sin embargo, como en el caso del kibutz, cuando bienes privados se financian «a la romana», lo más probable es que su demanda aumente por encima de lo necesario y se desaliente la oferta. En ese contexto, cada vez hacen falta más fondos públicos para subsidiar el consumo y mantener los precios aislados de los internacionales (este año, los subsidios superarán los 8.000 millones de dólares), y fondos públicos, además, para financiar obras de infraestructura. Obras que, en « normalidad», al menos parcialmente, las financia el mercado de capitales comprando « contratos de largo plazo» hoy destruidos, incumplidos o sin credibilidad.

Si, además, los precios internacionales de lo que subsidiamos aumenta, también se incrementa el monto del subsidio y el desaliento a la oferta privada, salvo de «amigos» con alguna prebenda que también cuesta. A ello hay que sumarle la recuperación del gasto público, nacional y provincial, licuado por la megadevaluación de 2002 y la debilidad del dólar que incrementó, fuertemente, la inflación importada. Sin posibilidad de mayor endeudamiento.Manteniendo «precios argentinos» y casi sin inversión privada en infraestructura por falta de contratos y de precios, la única vía de financiamiento de los subsidios crecientes, del gasto público creciente, de la inversión pública creciente, etc. es el sistema impositivo o la inflación. «O ambas asimetrías a la vez.» La inflación parece estar llegando al límite de lo social y políticamente tolerable. Y la presión impositiva «normal» está en récord histórico y, dada la calidad de lo que «devuelve» en bienes públicos genuinos, en récord mundial. La lotería de los precios internacionales aportó un refuerzo a la solución mágica. Más impuestos a la exportación a un sector «que está ganando mucha plata», y, además, control político sobre los necesitados gobernadores, puesto que las retenciones no se coparticipan.

Pero como los impuestos al campo se fijaron sobre la base de la suba de los precios internacionales y poniéndoles un techo máximo, al estilo de las retenciones petroleras, sin mirar los costos, sobre el promedio de rendimientos y sin considerar a los productores que están claramente por debajo del promedio, el resultado ha sido la «revolución de los pequeños y medianos productores» que estamos presenciando y la protesta generalizada de los que sienten que se apropian injustamente de sus eventuales «ganancias extraordinarias», cambiándoles las reglas una semana antes de la cosecha. Y aquí está precisamente, el «choque de fantasías».

El gobierno K mantiene la fantasía de que puede financiar cualquier nivel de gasto público, mientras los precios internacionales lo admitan. Y que puede seguir destruyendo las señales del sistema de precios, sin consecuencias sobre la evolución de la oferta y la demanda de bienes y servicios.

Mantiene la fantasía de que puede cumplir su papel de « distribuidor del ingreso» sin que los «expropiados» se quejen, dado que «igual ganan plata». Ya lo dijo, también ayer, la Presidentecon todas las letras: «Qué otra cosa es gobernar que apropiarse de ganancias extraordinarias para redistribuirlas a los sectores más necesitados».

# Objetivo

En ese contexto, los cambios en las retenciones no han sido un «error» de la política económica. Han sido una medida buscada para seguir sosteniendo el modelo. Para seguir financiando un gasto público creciendo a 30%-35% anual, pagar parte de la deuda que no se puede refinanciar por la crisis internacional y aumentar las obras de infraestructura necesarias para seguir reemplazando la inversión privada que no llega en forma suficiente en este contexto institucional. Y allí surge la «otra fantasía». La fantasía de los que creían que las «ganancias extraordinarias», si las hubiere, les pertenecen. Que confundieron a Cristina con Lula. O con Tabaré. Para los Kirchner, el papel del gobierno es asignar recursos, redistribuir ingresos, manejar precios. Para ello, por diseño, la presión impositiva va naturalmente en aumento y lo más fácil es que paguen los que «ganan mucho», dejándoles ganar sólo lo «suficiente». La gente del campo y muchos otros no quieren que Cristina corrija una «equivocación» o una cuenta mal hecha. Lo que pretenden es que «cambie de modelo». Que deje de subsidiar los precios y permita precios internacionales en la mayoría de los servicios. Que reemplace discrecionalidad e intervención por contratos y estabilidad jurídica. Que deje de tener una política monetaria «acomodaticia». Que permita que las ganancias « extraordinarias» las redistribuya el sector privado. Que construya un Estado eficiente en la provisión de bienes públicos no delegables, etc.

Como en experiencias anteriores, el gasto público ha llegado, nuevamente, a un nivel infinanciable en forma « pacífica». Y eso que todavía falta aumentar jubilaciones, invertir más en educación y en Justicia y mejorar toda la provisión de bienes públicos. Por lo tanto, lo que está en discusión en medio de las rutas argentinas no es el precio de la soja. Es el modelo K en sí mismo. No es de extrañar, entonces, que el gobierno y sus socios se preparen para una guerra. Aunque la alternativa es un replanteo pacífico de un modelo que sirvió, pero ya no sirve. Es posible evitar una crisis mayor. Sólo hace falta deponer las armas e iniciar una discusión racional de la política económica. No es una rendición. Por el contrario, es una prueba de madurez de estadistas. En síntesis, otra fantasía.

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