Los Ideales del Joven Socialista
Federico N. Fernández
www.atlas.org.ar
No creo equivocarme al decir que el joven socialista cuenta con la mirada benévola de buena parte de la sociedad. Es visto como un “idealista”, como alguien “que se preocupa por los demás”.
Muchos creen que nada complacería más al joven socialista que ver la eliminación de la pobreza y la injusticia. Además este muchacho es considerado “culto”, todos solemos verlo leyendo (obras de dudoso valor) en los bancos de las plazas. Su “look revolucionario” se compone de una barba de tres días (sí es que ha dejado de ser imberbe), esa suerte de pañuelo popularizado por Yasser Arafat y la remerita con la imagen del mártir latinoamericano: Ernesto Guevara.
Algo que siempre me resultó difícil de comprender es el hecho de que se haya gestado una moda revolucionaria, que ya es casi un uniforme.
Pero volviendo al tema que pretendo tratar, lo llamativo es la altísima consideración que genera en sus conciudadanos el joven que describimos. Se produce automáticamente en la mayoría de las personas una asociación entre ideales socialistas y el altruismo más puro.
Estos jóvenes, creen muchos, derrochan bondad y carecen de viles intereses “personales”. Cuánto mejor sería el mundo si un puñado de ellos estuviera en el poder, piensa un buen número de personas.
Su discurso varía en lo que refiere al radicalismo de sus ideas y a la concepción que tienen acerca de la “toma del poder”. Pero en lo que todos concuerdan es en lo siguiente: los que tienen más deben pagar más, debe apoyarse la industria y la producción nacional, abolirse el libre comercio, implantarse un gobierno de “unidad popular”, luchar contra los grandes capitales y repudiarse el pago de la deuda externa. Por supuesto que la economía y el ingreso deben ser fuertemente regulados por la autoridad central, y el sector público debe controlar los sectores “estratégicos”. Con este conjunto de “ideas”, el país experimentaría un crecimiento con equidad nunca visto en su historia.
Tengo la impresión de que ya son pocos los que plantean abiertamente la abolición (de derecho) de la propiedad privada tanto como el establecimiento del partido único a la paleocubana, aunque pocos realmente han dejado de ser partidarios de esas medidas.
Más allá de que todos los experimentos socialistas no han logrado más que la igualdad de los ciudadanos en la pobreza, o como destaca Revel, desigualdades entre los poderosos y la (pobre) gente común mayores que en el feudalismo; lo que me propongo criticar es la raíz bondadosa del conjunto de “ideas” socialistas. El socialismo implica necesariamente el establecimiento de un fuerte poder controlador. El individuo queda reducido a casi nada, considerado como un ser que no conoce el bienestar ni las formas de conseguirlo.
Son los omniscientes funcionarios a quienes compete decidir qué es lo que debemos comprar, ver, leer, de qué es mejor trabajar y qué es lo que conviene producir. Por más que muchas veces fue dicho, es bueno remarcar que la arrogancia que aqueja a estas personas es enorme. Creen estar capacitados para planificar la vida de millones y están convencidos de poseer la solución para todos los males. Entonces, creo que queda claro que el socialismo tiene como condición necesaria el aplastamiento de la libertad individual. De hecho, decidir es innecesario en un régimen socialista porque ya no hay opciones por las cuales inclinarse. La autonomía individual queda eliminada, y las decisiones libres y responsables son reemplazadas por las “buenas intenciones” dirigistas y el mejoramiento de todo por decreto.
Desde ya que el socialismo se destaca por una producción inmensa de leyes que garantizan todo tipo de “derechos”. La constante sobrelegislación forma parte de la manía por controlarlo todo que padecen las personas de las que estamos hablando. Por supuesto, nunca hay forma que tales disposiciones se plasmen en la realidad porque una de las características más sobresalientes del socialismo es su ineficacia económica.
Al desprecio por la libertad y tendencia a la tiranía debemos agregar otras dos marcas distintivas. La primera de ellas y la más terrible es, a mi juicio, la profunda envidia que aqueja y ciega al socialista. No puede concebir un mundo con desigualdad, salvo que tal desigualdad sea la que el mismo produce según su criterio. El principal enemigo del socialista no es la pobreza, sino las personas exitosas. Su pretensión de “igualdad de oportunidades” no tiene como objetivo principal mejorar la situación de los otros sino conseguir que nadie se destaque.
El socialista nunca analiza los motivos por los cuales hay pobreza en el mundo, ello no es necesario. Los ricos (países e individuos) son los culpables. Su riqueza nunca puede derivar del esfuerzo constante, el trabajo y la inteligencia. La riqueza proviene del saqueo, y más vale que así sea. De otro modo, el socialista tendría que enfrentarse con la realidad y analizar qué responsabilidad le cabe dentro de ella. Pero en lugar de hacer eso, y aquí encontramos la segunda de sus características, su forma de ser de eterno perdedor lo obliga a culpar a otro. Asume posiciones patéticas y extremadamente humillantes con tal de evadir el examen crítico acerca del fracaso. Nada bueno ni nuevo puede provenir del socialista, simplemente por el hecho de que para hacer debe necesariamente ocurrir previamente una transformación absoluta en las condiciones de la realidad económica y política, e incluso del hombre mismo. El paso de lo verbal a lo concreto nunca es dado por ellos, ni siquiera cuando alguno de sus intentos “revolucionarios” tiene éxito. La distancia que existe entre lo verdaderamente posible y lo absurdo de sus proyectos los obliga a pasar de “liberadores del pueblo" a carceleros del mismo. La revolución nunca puede cumplir ni los más insignificantes objetivos que se propuso. Debemos ser claros, por revolución socialista debería entenderse “gigantesco engaño”. Por ello, la siempre rápida metamorfosis que mencionamos. Ante el descontento de un gran número de gente defraudada, únicamente la violencia es el método viable para mantenerse en el poder. El momento en el que el engaño y el embuste ya no alcanzan llega muy pronto, potenciado por las delirantes promesas imposibles de realizar una vez en el poder. Como ha dicho Stephen Leacock: “El socialismo no funciona sino en el cielo, donde no lo necesitan, y en el infierno, donde ya lo tienen”.
Paradójicamente puede afirmarse que el socialista ha nacido para realizar funciones “ejecutivas”, su régimen no puede sobrevivir sin asesinar a una buena cantidad de “disidentes” y “reaccionarios”.
Saturday, April 07, 2007
Los Ideales del Joven Socialista
Posted by Louis Cyphre at 9:51 AM
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