Monday, November 06, 2006

Choque de cosmovisiones

Por Carlos Escudé
Para LA NACION

Más que un "choque de civilizaciones", el actual conflicto entre el extremismo islámico y el Occidente liberal parece producido por la siguiente díada de axiomas contrapuestos:

"Si el Corán es la única Escritura increada y el medio definitivo al que acudió Dios para legislar sobre los asuntos humanos, entonces Alá debe señorear sobre los hombres, los fieles sobre los infieles y los varones sobre las mujeres. Todo orden alternativo subvierte el mandato divino y debe ser oportunamente derrocado. Si, por el contrario, todos los individuos están dotados de unos mismos derechos esenciales que incluyen la libertad religiosa y la igualdad ante la ley, entonces toda doctrina que apele a métodos violentos para imponer una fuente religiosa y una jerarquía teocrática es intrínsecamente perversa y debe ser reprimida."

Como se sabe, la primera afirmación (en adelante, proposición A) es atribuible al islamismo radical, mientras la segunda (proposición B) representa a la civilización occidental. Muchos de los grandes conflictos que convulsionaron a la humanidad se derivaron de luchas por el poder económico o militar encaramadas sobre axiomas como éstos. Porque las cosmovisiones representadas por enunciados de este tipo son inoculadas en segmentos masivos de la población por medio de sistemas educativos y otros mecanismos de socialización, a partir de cierto momento el conflicto ideológico cobra autonomía frente a los móviles económicos y militares y se convierte en el motor de un enfrentamiento colosal.

Cuando se cae en este círculo vicioso, la negociación deja de ser una alternativa, porque una colisión entre axiomas como los que anteceden no se presta a soluciones de compromiso. La Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, fue el resultado de una lucha interestatal por el poder mundial, montada sobre la confrontación entre la siguiente díada de proposiciones:

"Si existe una raza de señores, entonces todos los individuos no poseen los mismos derechos esenciales, porque los miembros de la raza superior deberán señorear sobre la humanidad entera en virtud de su adscripción étnica. Si, por el contrario, todos los individuos poseen los mismos derechos esenciales, no existe tal cosa como un pueblo elegido, porque el señorío de cada individuo dependerá de su capacidad, patrimonio y logros personales."

Superar este conflicto entre el Occidente liberal y la perversa utopía del rubio Edén con que el nazismo sobornara a los fieles de Wotan costó más de sesenta millones de vidas. El dilema que enfrenta la humanidad actual es cómo evitar que el desafío planteado por la proposición A se resuelva con menos muerte y destrucción.

El problema no es de fácil solución, porque aunque este axioma sólo representa a una minoría de los islámicos, ése es el segmento que hoy tiene la iniciativa. Aunque en el pasado el cristianismo aportó sus propias versiones de la proposición A, éstas perdieron vigencia desde las guerras entre católicos y protestantes. Pero el radicalismo tiene plena actualidad en poderosos segmentos del islam chiita y wahhabita, que cuentan con incalculables fortunas provenientes del petróleo iraní y saudí para financiar su violencia y propagar la versión extremista de su fe.

Para colmo, una resolución del conflicto axiomático favorable a los valores de la libertad es improbable, debido a la vigencia de una colisión análoga, pero en el interior mismo de nuestra civilización. Me refiero a la confrontación entre el espíritu de la modernidad (que es el de la proposición B) y el posmodernismo multiculturalista y relativista, hoy esposado por amplios sectores que se creen progresistas.

Este choque se manifiesta en la creencia generalizada, en Europa y Estados Unidos, de que todas las culturas son moralmente equivalentes. Por cierto, si ése fuera el caso, todos los individuos no estarían dotados de los mismos derechos humanos esenciales, porque algunas culturas adjudican a algunos hombres más derechos que a otros hombres y mujeres.

Si nuestra proposición B ha de tener vigencia, deberá reconocerse que las culturas que postulan que todos los individuos poseen esos derechos son éticamente superiores a las que lo niegan.

Con este cisma en su seno, a Occidente le resulta difícil defenderse. Carece de consenso interno. En contraste, no hay tal contradicción en la civilización islámica. Para ellos, el relativismo moral es cosa de infieles y la cultura superior es la de Alá. A la vez, la minoría de extremistas que cultivan la proposición A se jacta de poseer un ejército de 40.000 suicidas infiltrados en Europa y los Estados Unidos.

Cuando algún Estado extremista tenga su bomba, la extorsión será nuclear. No hay forma "humanitaria" de derrotar a ejércitos de suicidas que creen que el martirio les comprará el paraíso. Aunque no conquisten Nueva York, las libertades occidentales se irán esfumando, siempre retrocediendo ante el vasallaje impuesto por quienes creen ser los heraldos de la verdad divina.

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