Tuesday, June 10, 2008

La intervención del Estado sólo redistribuye pobreza

La intervención del Estado sólo redistribuye pobreza

Por: Alberto Benegas Lynch (h)
Ámbito Financiero

A raíz del conflicto con el campo, ha surgido con fuerza un tema sobre el que es necesario meditar con serenidad. Lo primero que tal vez convenga precisar es que los ingresos y salarios en términos reales en la Argentina y en todas partes son consecuencia de la magnitud de la inversión per capita y ésta a su vez muestra un correlato estrecho con marcos institucionales estables y respetuosos de los derechos de propiedad. Si se mira el mapa del mundo se podrá confirmar el aserto: en los países en los que las tasas de capitalización son mayores, los ingresos de la población son más elevados debido, precisamente, a la más jugosa productividad que el proceso engendra. No hay aquí magias ni alquimias posibles.

En la medida en que el decreto gubernamental pretende sustituir el antedicho proceso, se posterga o, en su caso, se imposibilita el progreso. No tiene sentido concebir el ingreso como un «bulto» que aparece súbitamente y que el aparato estatal debe «redistribuir». Producción y distribución constituyen dos caras de la misma moneda, son imprescindibles. La contrapartida de la colocación en el mercado de lo producido es la distribución, a saber, el ingreso correspondiente a cada transacción.

Las personas, con sus compras y abstenciones de comprar distribuyen ingresos diariamente. En cambio, redistribuir es volver a asignar políticamente por métodos coactivos lo que ya había distribuido pacíficamente la gente con sus operaciones comerciales cotidianas.

# Eficiencia

El empresario que acierta en los gustos y deseos de sus semejantes obtiene ganancias y el que se equivoca incurre en quebrantos. En un mercado abierto ese mecanismo, que se manifiesta a través de los respectivos cuadros de resultados, establece las diferencias de rentas y patrimonios. En la media en que tiene lugar este proceso, los siempre escasos recursos son administrados por las manos consideradas más eficientes y, consecuentemente, las antedichas tasas de capitalización se maximizan con lo que los salarios se hacen más potentes en términos reales.

Sin duda que esto no ocurre cuando se trata de empresarios prebendarios, es decir, aquellos que hacen negocios en los despachos oficiales y mercados cautivos y otras canonjías. Estos son explotadores de la gente puesto que necesariamente venden a un precio mayor, a una calidad inferior o ambas cosas a la vez.

Cuando se establecen subsidios o transferencias forzosas debidas a la morbosa manía de la guillotina horizontal, se detraen factores productivos de actividades eficientes para entregarlos a áreas ineficientes con lo que se consume capital que, a su turno, desmejora salarios. Lo relevante no son las diferencias de rentas y patrimonios ni la consecuente dispersión del ingreso sino que todos mejoren sus situaciones respecto de las posiciones anteriores.

En campañas electorales es un lugar común prometer igualitarismos y redistribuciones (no del patrimonio del político en campaña, claro está, sino de los bolsillos de otros), pero estas medidas conducen al empobrecimiento de todos, especialmente de los más necesitados.

Supongamos que en la cúspide del poder se desea nivelar en la marca de 500. Los efectos inexorablemente serán bifrontes: por un lado se tenderá a no producir más de 500 si se sabe a ciencia cierta que los respectivos titulares serán expoliados por la diferencia. Por otra parte, los que se encuentran por debajo de la referida línea de igualación, esperarán infructuosamente que se los redistribuya puesto que no se produce por encima de la antes mencionada marca.

# Alimentos

En cuanto a los precios internacionales de los alimentos, debe tenerse muy presente que dejando de lado los factores naturales como la sequía en Australia y la irrupción de India y China al mercado, debe subrayarse que estos productos son los que más están sujetos a intromisiones de los aparatos estatales a través de barreras aduaneras, subsidios, cuotas, cupos, cargas fiscales descomunales, además de cerradas oposiciones a adelantos tecnológicos como la de los transgénicos. Esa no es la manera de combatir la pobreza.

En resumen, la letanía de la redistribución de ingresos siempre vociferada desde un micrófono y recurriendo a la tercera persona del plural, nunca se concibe como una obra filantrópica realizada con recursos propios. Siempre consiste en arrancarle el fruto del trabajo al vecino y trasmitiendo la curiosa y paradójica lección en la que se declama que debe ser respetado el indigente con la condición que no mejore, porque si progresa hay que confiscarle sus bienes y denostarlo. Lo mismo ocurre con el «pequeño productor» cuyo sueño es ser grande, pero si logra el propósito hay que derribarlo... a menos que los recursos provengan de la política o de fuerzas de choque adictas al gobierno.

Los gobernantes deberían ser más pudorosos cuando se pronuncian sobre las formas de producir y más bien deberían centrar su atención en la razón elemental de sus funciones, es decir, la seguridad y la justicia. En materia comercial deberían tener en cuenta lo escrito por el premio Nobel en Economía, Milton Friedman: «Si a los gobiernos se les entregara el Sahara para su administración, pronto se quedará sin arena».

Es necesario contar con conocimientos básicos para gobernar porque como se ha dicho «cuando se comparte dinero con otro queda la mitad, cuando se comparte comida también queda la mitad pero si se comparte conocimiento queda el doble» (y, además, habrá más dinero y comida para todos).

El último libro del autor, anunciado por el Fondo de Cultura Económica de México para el mes próximo, se titula Estados Unidos contra Estados Unidos.

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