Wednesday, March 26, 2008

Con la ley de la jungla, manada avanza sobre el que logró ganar

Con la ley de la jungla, manada avanza sobre el que logró ganar

Por: Carlos Alfredo Rodríguez (*)
Economista

Ámbito Financiero

Una sociedad civilizada no puede ni debe sostenerse sobre la base de impuestos discrecionales y temporarios que caen exclusivamente sobre aquellos que ocasionalmente ganan más. La ley de la jungla permite que toda la manada se abalance para quitar la presa al que esta vez la consiguió. Como los animales tienen poca memoria, probablemente el cazador más eficiente continúe ejerciendo sus dotes a pesar de esta vil expropiación (llámese impuesto arbitrario).

Las sociedades humanas complejas tienen memoria y, por ende, han desarrollado objetivos más amplios en materia de equidad, eficiencia y solidaridad.

Mayoritariamente, las sociedades democráticas han aceptado la existencia de impuestos legislados y el principio de que éstos no deben ser discriminatorios o discrecionales, sino más bien su estructura debe ser estable, previsible, consensuada y proporcionala los resultados económicos (IVA) o quizá razonablemente progresiva (Ganancias).

La discrecionalidad del manejo impositivo interno por parte del Poder Ejecutivo está prohibida por nuestra Constitución, que la reserva para el Congreso. Sin embargo, ha quedado el enorme agujero negro de los impuestos al comercio exterior, cuyo manejo fue delegado por el Congreso en el Poder Ejecutivo. Por suerte, la discrecionalidad de los impuestos a la importación está limitada por los acuerdos de OMC y del Mercosur, de manera tal que sólo queda al Poder Ejecutivo el manejo de la arbitrariedad al nivel de las exportaciones. Es aquí donde vemos el mayor grado de abuso a las reglas civilizadas de comportamiento en materia de equidad impositiva.

# Larga historia

La historia de abusos sobre el ejercicio del comercio exterior es larga, desde el IAPI, la prohibición de silos privados, las retenciones y tipos de cambio múltiples de «Isabelita», hasta las actuales retenciones arbitrarias y expropiatorias. Mayoritariamente estas políticas han sido propiciadas por partidos populistas que dependen del voto urbano y del apoyo sindical para sostenerse en el poder.

Los argentinos no hemos demostrado mucha creatividad para generar nuevos conflictos o buscar nuevas soluciones: el precio de la carne ha sido el fenómeno omnipresente en el centro de nuestros conflictos sociales. Alguna vez a alguien se le ocurrió importar pollo podrido y todo terminó mal, pero hasta allí llegó la imaginación de nuestros políticos. Ultimamente, los focos de conflicto se expandieron a la soja y el petróleo, pero nada fundamental ha cambiado: si algún sector que no produce muchos votos llega a ganar mucha plata, el sistema político populista se encargará de sacársela.

A fin de mantener el voto de las masas semiocupadas de los grandes centros urbanos, el populismo precisa alimentos, transporte y energía baratos y salarios a un nivel tal que la baja productividad urbana-industrial no puede pagar. Para sostener este (des)equilibrio se apela a impuestos a las exportaciones primarias (campo y petróleo, que permiten comida, transporte y energía baratas) y un dólar alto para sostener al sector competitivo con las importaciones (industria que emplea a los subocupados). Estas medidas sólo sirven para incrementar la población urbana subocupada y con ello el poder de los políticos populistas que manejan las prebendas. El país pierde, ya que los sectores más eficientes son castigados fiscalmente y con ello se reduce la inversión más productiva. A la corta, el tamaño de la torta se reduce y se agrava el conflicto.

En épocas por suerte ya superadas, el conflicto explotaba al entrar en él los militares (que no lo resolvían).

Ahora los gobiernos son derrocados por encapuchados gordos con palos que no sabemos de dónde vienen, pululan los piqueteros y siempre está presente la inflación, cuyo nivel es tan variable como las retenciones.

Desde la Revolución de Mayo, pasando por las guerras civiles hasta los conflictos de nuestros días, la apropiación de la renta del comercio exterior a través del manejo de la Aduana ha sido el principal factor de movilización de la sociedad argentina. El «vivir de arriba» sustituyó la visión pionera de «hacerse la América» a través del trabajo, el respeto al prójimo, el ahorro y la creatividad.

País difícil el mío, pero por lo menos parece que las reglas que nos gobiernan, vistas desde muy alto, son siempre las mismas.

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