Wednesday, September 05, 2007

La fábrica argentina de inconsistencias

La fábrica argentina de inconsistencias

Por: Fernando Navajas
Ámbito Financiero

Un viejo adagio dice que si se les pide un diagnóstico a tres economistas, surgen cuatro respuestas distintas. Ese no parece ser el caso de la macroeconomía argentina actual. Si se toma una muestra bastante amplia de economistas, éstos van a decir mayoritariamente que la inflación, la evolución del gasto público y la restricción energética están en el centro de los problemas serios que importa mirar y analizar hoy.

¿Se están repitiendo unos a otros los economistas en la Argentina? En realidad no. Mi impresión es que examinando más en detalle los argumentos, se debería encontrar que la aceptación de esos problemas puede hacerse desde diferentes perspectivas. De hecho, no se necesita adscribir a un enfoque ortodoxo de la macro para reconocer los problemas mencionados. Tal vez lo más conveniente para ilustrar este contrapunto sea primero exponer y luego relativizar una visión ortodoxa, necesariamente estereotipada, del problema macro argentino actual.

La Argentina tuvo, con la crisis de 2002, un cambio fenomenal de precios relativos exagerado por la magnitud de la crisis financiera. Lo que hoy muchos llaman el «nuevo paradigma» de la macro argentina, esto es, los superávits fiscal y externo, no son más que el reflejo de este cambio brusco. Por ejemplo, la Argentina no hizo absolutamente nada en materia de reforma fiscal que haya ocasionado este cambio en la posición fiscal, sino que más bien es la devaluación real la que aparece como la «partera» de este milagro. La devaluación real, los precios externos más altos y las retenciones son toda la reforma fiscal que puede mostrar el milagro argentino. También la devaluación real ocasionó el ajuste en la posición externa de la economía, y lo que ha sostenido el resultado de la cuenta corriente (y también la posición fiscal) en pleno ciclo expansivo es el crecimiento excepcional de precios externos.

# Convergencia

A su vez, en lo monetario, el gobierno ha seguido en los hechos una política de tipo de cambio fijo, lo que hace que la cantidad de dinero de la economía sea endógena. Como la inflación es un problema monetario y dado que la cantidad de dinero de la economía es la que quieren tener los argentinos, lo que se llama inflación es, en realidad, una convergencia del tipo de cambio real a su equilibrio. Es la meta de mantener un tipo de cambio nominal demasiado elevada lo que ocasiona la inflación.

A su vez, la suba fenomenal del gasto público no causa la inflación per se, sino que induce a un menor tipo de cambio real de equilibrio y agrava por esta vía el problema inflacionario, generando a su vez un posible problema de solvencia o liquidez externa si se reduce demasiado el superávit fiscal primario. Por último, la crisis energética agrava la situación como todo shock negativo de oferta, y puede representar un problema de mala asignación de recursos, pero no es una parte necesariamente esencial de este relato, porque se arregla relativamente rápido poniendo bien los precios.

Las recomendaciones de política macroeconómica de esta visión son en cierto sentido bastante claras: abandonar la búsqueda de un tipo de cambio real por encima del equilibrio para ayudar a hacer converger los precios, y reducir la expansión del gasto público para detener la tendencia a la apreciación cambiaria y fortalecer la solvencia fiscal. Pero más allá de las recomendaciones, quedan algunos interrogantes referidos a la relevancia de este diagnóstico para explicar la inflación dado que el enfoque es casi agnóstico respecto del rol de la aceleración de la actividad económica y la presión salarial. Otro interrogante no menor para la relevancia del argumento se refiere a cuál es verdaderamente la situación de tipo de cambio real de equilibrio de la Argentina. Lo importante aquí es formarse una idea de qué tipo de cambio real es sostenible para un país con un alto grado de endeudamiento y una visible aprehensión hacia el capital privado extranjero como la Argentina post-2002.

La macroeconomía de tener que apoyarse en el ahorro interno por muchos años es el elemento más contundente para pensar en el tipo de cambio real de la Argentina. Pero también lo es la cuestión energética si lo que estamos viendo es una caída permanente de las exportaciones y, algo que yo he argumentado, una pérdida de la base de recursos naturales que obliga a aumentar los requisitos de capital de la economía para compensar la menor disponibilidad a futuro de gas natural. Si vamos a generar energía eléctrica con menos gas natural, entonces cualquier alternativa nos lleva a más capital (por ejemplo, para generar energía hidráulica y nuclear) y por esta vía a un tipo de cambio real de equilibrio más alto. En la jerga macro, la Argentina tiene en energía lo opuesto a la enfermedad holandesa.

# Inconsistencia

Sabemos que la Argentina es por su historia una máquina de fabricarse inconsistencias macroeconómicas. Pero la que se está fabricando ahora, me parece, no es por no querer dejar caer el tipo de cambio nominal, sino que viene de algo más estructural y profundo. Es porque el requisito de un tipo de cambio real más alto es inconsistente con la puja distributiva provocada por la bonanza de los precios internacionales, el pleno empleo y la consecuente expansión de los salarios reales y, pari pasu, del gasto público nacional y provincial.

Una de las lecciones poco aprendidas de los 90 es que el gasto público es bastante más endógeno (a los precios relativos y la suba del salario real) de lo que normalmente se cree y que controlar el gasto requiere de un diseño institucional que la Argentina nunca pudo implementar. Si el milagro macroeconómico argentino en lo fiscal no se debe a una reforma fiscal y sí, en cambio, a la «operación» de bajar los salarios reales con la devaluación, entonces aceptemos que cualquier puja como la que estamos viendo por mayores salarios hace intrínsecamente endógeno el gasto público. Si además la crisis de gobernabilidad contractual aleja al sector privado del financiamiento de la infraestructura, el gasto público tiene que subir vertiginosamente porque la inversión pública, explícita o implícita, va a ser convocada a cubrir el vacío. Esto es lo que estamos y vamos a estar viendo en materia de gasto público y no quedan otros «drivers», ya que lo previsional entra en la categoría del gasto social alimentado por la puja distributiva. Querer hacer un mini-2002 de vez en cuando, dejando ir el tipo de cambio para corregir las cuentas fiscales luce hoy, con pleno empleo, muy inflacionario.

Es curioso ver cómo diagnósticos disímiles en cuanto a las causas de la inflación y los roles del gasto público y la crisis energética convergen en recomendaciones similares en cuanto a la solicitud de prudencia fiscal. Es que semejante empuje del gasto público asusta a cualquiera que piense constructivamente en la estabilidad macroeconómica del país.

Pero como se argumentó, el gasto público no nace de un repollo del despacho del Ejecutivo o del recinto del Congreso (si bien esto último, y no lo primero, sería lo normal); tiene vida propia otorgada por un número amplio de razones estructurales asociadas a un genoma social-distributivo de larga data y arraigado en la cultura del país. Más vale que en la concertación propuesta, si gana el oficialismo, se entienda esto y se tenga conciencia de que no va a haber paz macro-financiera por mucho tiempo más si continuamos fabricando inconsistencias macroeconómicas.

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