Sunday, February 25, 2007

Las patas de la mentira

Las patas de la mentira

Por Carlos Saúl Menem

Abraham Lincoln decía: “Se puede mentirle a todo el mundo durante un tiempo. Se puede mentirle a una parte del mundo durante todo el tiempo. Lo que no se puede hacer es mentirle a todo el mundo durante todo el tiempo”.

Esa advertencia de Lincoln tiene más vigencia que nunca en la Argentina de hoy, cuando, a vista y paciencia de la opinión pública, el Gobierno ha resuelto falsificar abiertamente lo que hasta ahora distorsionaba sistemáticamente, pero con pretendida discreción: el índice de aumento del costo de la vida.

Al hacerlo, falsifica también, automáticamente, otros dos índices muy importantes, que corresponden al porcentaje de la población argentina que se encuentra por debajo de la línea de pobreza y por debajo de la línea de indigencia, porque estos datos se derivan precisamente de la relación existente entre el costo de la vida y los ingresos personales.

Queda, entonces, acreditado algo que los argentinos sospechaban desde hace mucho tiempo: ni las cifras de inflación ni los índices de pobreza y de indigencia manejados oficialmente son ciertos.

En rigor de verdad, esa falsificación de las estadísticas es aún más flagrante, y en cierto sentido más patética, cuando se refiere a los índices de inseguridad pública. Las autoridades nacionales y de la provincia de Buenos Aires rivalizan en sus niveles de ocultamiento de los delitos que se perpetran diariamente en sus respectivas jurisdicciones.

El ministro de Interior, por ejemplo, acaba de asegurarles a medios españoles que en la Argentina ya no hay más secuestros.

Puede afirmarse que todas las estadísticas oficiales resultan hoy tan inverosímiles como las risibles encuestas electorales previas a las elecciones de constituyentes de Misiones, que otorgaban al oficialismo una amplia victoria sobre el Frente por la Dignidad, encabezado por monseñor Piña.

No hablamos, por supuesto, de una única mentira comprobable y comprobada emanada de la Casa de Gobierno. Hay muchas, porque allí parecen no querer ahorrarse papelones.

Las extrañas marchas y contramarchas que rodean la investigación judicial del caso Gerez indican que el oficialismo no sólo falsifica datos estadísticos, sino que es capaz de producir notables ficciones políticas si se trata de justificar un discurso presidencial a través de cadena nacional de radio y televisión para ganar fama de coraje en heroica lucha contra la nada.

Nos encontramos ante un vano y macabro intento de minimizar el impacto por el hecho de que Jorge Julio López lleve ya cinco meses desaparecido sin que las autoridades competentes hayan podido avanzar un centímetro en la explicación de lo sucedido. A diferencia de lo que ocurrió con el supuesto secuestro de Gerez, la desaparición de López, que sí parece desgraciadamente real, no ha merecido una alocución presidencial por radio y televisión para explicar lo que está haciendo el Gobierno en relación con lo que el propio gobernador de la provincia de Buenos Aires calificó como el primer desaparecido de la democracia.

Entretanto, la primera dama pasea su vestuario por París con el pretexto de suscribir, con bombos y platillos, una convención internacional sobre la desaparición forzada de personas.

Se decía que, en vísperas del derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, el viejo caudillo radical era víctima de un entorno que le publicaba un periódico en el que sólo se leían buenas noticias. Ahora es el Gobierno el que quiere escribir un diario con sólo buenas noticias para consumo del pueblo argentino. Cuando la realidad lo desmiente (lo que ocurre a menudo), embiste contra el mensajero.

Por eso, envía comisarios políticos y guardias armados para fiscalizar el Indec y pretende desplazar de la investigación del caso Gerez a los fiscales que parecen acercarse a la incriminación de los autores de la farsa.

En los Estados Unidos, cuyo texto constitucional constituye el modelo en que se inspiró nuestra Carta Magna, la comprobación de mentiras análogas en boca de un presidente es causal de destitución. Si esa misma vara se empleara en la Argentina, el actual presidente se encontraría en dificultades: sería imputable de no menos de veinte mentiras muchísimo más graves que, por citar ejemplos, las comprobadas a Richard Nixon o las echadas a rodar contra Bill Clinton.

Este largo listado de embustes incluye bloopers tan inolvidables como el anuncio de 20.000 millones de dólares de inversiones chinas, la parodia de los benignos créditos para la vivienda que iban a descomprimir el mercado de alquileres o la jamás concretada, aunque reiteradamente anunciada, repatriación y rendición de cuenta de los fondos de Santa Cruz.

Como bien reza un clásico refrán del argot porteño, el pueblo no come vidrio. Los argentinos conocen los incrementos de precios porque van al supermercado. Están cada vez más preocupados por su seguridad y las de sus familias porque no transitan las calles en automóviles con vidrios polarizados ni las evitan yendo y viniendo de Olivos en helicóptero.

Saben que hay más inflación, más desempleo, más pobreza, más indigencia y marginalidad social, menos inversiones productivas, mayor deuda externa y mucha más delincuencia que lo que admite o proclama el Gobierno. Y empiezan a comprobar también, con creciente frecuencia, que existen muchas –demasiadas– farsas publicitarias incubadas en los despachos oficiales.

Quizás el Gobierno suponga que mentir hasta las elecciones presidenciales de octubre sólo representa engañar a todo el mundo durante un tiempo. Pero la verdad es que la mentira lleva ya casi cuatro años. Y ese período, hablando de este gobierno, equivale a “todo el tiempo”. Según Lincoln, esa forma de mentir es insostenible.


Carlos Saúl Menem

El autor, senador nacional, fue presidente de la República Argentina.

Fuente: La Nación

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